La religión ha formado parte de la historia del hombre casi incluso desde su aparición en el planeta, aunque el nombre no fuera forjado hasta muchos siglos después. Tener un dios, o incluso una caterva de dioses como nuestros ancestros más antiguos, nos hacía creer en un más allá, y darle sentido a los acontecimientos que ocurrían día a día, y que nos resultaban incomprensibles. Eran ellos los que daban sentido a la vida, los que tomaban las decisiones que influían en ella, y a quien agradecer las venturas de nuestras existencias y pedir resignación cuando lo que nos azotaban eran desgracias. Y cuando estas religiones se convirtieron en monoteístas, no es que cambiara mucho el asunto: la diferencia estaba en que ahora solo estábamos a merced de un ser todopoderoso en vez de a una multitud.
La teología nació como una ciencia para estudiar a Dios; un dios único, que todo lo ve y que todo lo puede. Claro que teniendo en cuenta que era un ser intangible del que solo podíamos ver señales, ¿qué era lo que íbamos a estudiar? Pues no teníamos más remedio que trabajar con lo que teníamos entre manos, que eran los testimonios de otros, ya fueran de boca o en boca o escritos, sobre sus obras y manifestaciones. La Biblia se convirtió así en el libro sagrado por antonomasia para las religiones cristiana y judía; el Corán para la musulmana, y los escritos de Buda para el budismo. A lo que voy es que, para estudiar a este Dios que eclipsaba a todos los demás y del que no se tenían dudas, no había más remedio que echar mano de lo que ya habían escrito otros, y que no podíamos corroborar más que por medio de la fe.
¡Ah, la fe! Esa que mueve montañas, que ha inspirado obras, conquistas y hasta guerras en nombre de Dios… hasta que se acaba. El cristianismo sabe mucho de eso, porque en el Renacimiento, a mediados del siglo XVI, se produjo un verdadero cisma religioso con la aparición de los protestantes. ¿Quiénes eran estos? Pues seguidores de Martín Lutero, que argumentaba que la Iglesia de ese tiempo se había apartado de los preceptos iniciales de la formada por San Pedro en su día, y estaba llena de abusos y corrupciones. ¿Protestaban por el origen de la Iglesia? Para nada, su creación y los preceptos en que se basaba, aunque podrían haber sido erróneos, no les importaba; era la acción de los religiosos del momento lo que no les gustaba, tal vez porque ciertamente era incorrecta, o simplemente porque no se ajustaba a sus principios o a sus intereses.
Porque detrás de cada movimiento religioso que se ha enfrentado a la Iglesia romana, ha habido ciertamente intereses ocultos. Así pasó con los protestantes, que siguieron a Lutero en un intento de dejar de pagar prebendas, justas o no, en nombre de la Iglesia; con los anglicanos, que aprovecharon la lujuria y los intereses de Enrique VIII para librarse del poder que Roma quería seguir ejerciendo en Inglaterra; y con los puritanos, que se escindieron de la iglesia anglicana liderada por el Rey y sus obispos adeptos para alejarse de unos líderes religiosos que no tenían más aval que su alto rango social.
Y fue este movimiento, el puritanismo, el que aún hoy en día sigue dando guerra. No es cuestión de quitarle importancia, pues casi podría decirse que fue el causante del nacimiento de la sociedad norteamericana tal y como la conocemos hoy. Con sus preceptos acerca de llegar a Dios a base de trabajo, austeridad y prevención de cualquier vicio, fueron los precursores del sistema capitalista, del que EEUU es el principal valedor. Pero esos mismos preceptos dieron lugar a un concepto, el puritanismo sexual, que fue el causante de la forma en la que la religión de los últimos siglos ha tratado el tema de la sexualidad, el erotismo, y las relaciones humanas más allá de la función reproductiva.
Desde la introducción de los preceptos puritanos en la sociedad, muy influenciada por la religión, las relaciones sexuales ya no fueron lo mismo. Y seguimos arrastrando aún en nuestros días cierta mojigatería con respecto al tema, aunque ya nos pille un poco lejos y la religión ya no esté tan presente en nuestras vidas. De hecho, se ha acuñado el término «puritano» para todo aquél que se muestra conservador con respecto al sexo, y no solo a la práctica; también a hablar de ello, a introducirlo en la educación básica, y en todo lo que respecta a la comunidad LGTBI. Y aunque la sociedad va abocada a la práctica liberal del sexo en general, fueron muchos siglos de mentalidades cerradas que han calado fuerte en la moralidad cristiana.
Lo más gracioso de esto es que, sin darse cuenta, han hecho del sexo algo prohibido que, justo por eso, es de los más deseado y atrayente. Como la mentalidad puritana ha sido especialmente incisiva con el colectivo femenino, prohibiéndole cualquier cosa que pudiera sonar a provocación como usar maquillaje o tacones, ellas también han sido convertidas en el fruto prohibido. Y ah, no hay nada más atrayente para los tíos que mezcla puritanas y sexo, son todo un mito erótico y pornográfico. Sexo con amas de casa que deberían ser fieles a sus esposos; jovencitas que deberían ser estudiantes recatadas y centradas en sus estudios; e incluso con monjas que deberían guardar castidad, pero que descubren los placeres carnales y se pierden… Todo esto es el tema de miles y miles de videos porno gratis que puedes encontrar en internet, y que hacen las delicias de los internautas. Y no es más que el reflejo fiel de lo que pasa cuando a la sociedad se le reprime en temas sexuales.
Son muchos lo que piensa que la teología debería quedarse como una forma más de filosofía, solo centrada en Dios. Porque pasar todos los supuestos preceptos de la Iglesia a la sociedad actual, cuando se gestaron hace muchos siglos en una sociedad totalmente diferente, es bastante difícil. Y se corre el riesgo de quedar totalmente desfasado y fuera de lugar, quedando como un puritano, y no de buena manera.